Te miro, te sorbo, te recorro, con el hambre, sed y
melancolía de las despedidas.
Como las cosas hechas a consciencia de que serán por últimas
veces.
Por tus calles me voy despidiendo, de tus colores, de tus
sonidos, de tus hechizos;
Porque aunque me hicieras sufrir, quedé.
Hechizada, quedé,
Y así te confié mi
vida por estos casi 7 años.
Te confié mis
tristezas, mis desilusiones, mis alegrías, mis nostalgias, mis extrañamientos,
Y, en cambio, me hiciste al fin y al cabo lo que soy ahora.
Y me rehiciste, en fin, más de una vez.
Cada vez que me hiciste respirarte todos los días,
Tus portales tuyos, a través de troles-plazas-o-peatonales-soles-y-ciruelas.
Me enfermaste, me sanaste;
Me rompiste el corazón –y el culo- tantas veces cuanto
también me abrazaste.
En lo cliché de las sorpresas de tus días imprevisibles siempre.
Si te digo adiós y no hasta pronto es porque sé que jamás seremos
los mismos, aunque sean en nuevos encuentros,
Ni yo ni vos ni el tiempo ni nadie ni nada,
Porque todo pasa tal como es, y por ende, lo nuestro no se
dará nunca más del mismo modo como se dio estos años.
Nunca nada lo será.
Quizá por eso mismo mi cuerpo es ahora un llanto de sangre
incesante,
Y mi mirada va aún más profunda y triste,
Y mi sonrisa más interna también.
Y porque te tengo tan viva en mi cuerpo, rojiza tal cual esa
sangre,
Entre lágrimas y sudores, sangre, sobre todo, sangre;
Sangre que supimos –vos y yo- convertir en flores tantas
veces. Ahora hagamos lo mismo.
Y lo hagamos en marcha.
Porque nos quedan días apenas.
Porque tan cálida y tan fría me matas, me hieres, me
torturas;
Y porque ya me siento tuya y vos tan mía, me permito clasificar tu feo y tu lindo;
Árida y fértil; provinciana y extranjera; ingenua y madura; dulce
y perversa a la vez;
Así ambivalente te llevo dentro de mí, y tan viva, dentro de
mí,
Mi hermosa-extrañada-y-entrañable Córdoba.
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